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- LA RECETA DE LOS JUEVES: Atole Ancestral de la Misión San Miguel
Un viaje sensorial a las cocinas de la Alta California del siglo XVIII La cocina de las misiones de Alta California es una fusión silenciosa de dos mundos: la sabiduría agrícola y culinaria de los pueblos indígenas, y las costumbres alimentarias traídas por los frailes franciscanos. Durante mi reciente visita a la Misión San Miguel Arcángel, sentí el eco de esas cocinas antiguas —cazuelas al fuego, aromas de maíz y especias, y una espiritualidad que se colaba en cada preparación. Inspirada por esta experiencia, elaboré esta versión del atole tradicional , respetando los ingredientes y técnicas que se usaban durante la época colonial. Esta receta no es un atole común. Es una preparación ritual, espesa, reconfortante y profundamente conectada con la tierra. Un alimento que nutría cuerpo y alma. Receta: Atole de la Misión San Miguel Rinde: 4 porciones Tiempo total: 40 minutos Nivel técnico: Medio Utensilios sugeridos: Olla de barro o cazuela de fondo grueso, cuchara de madera, colador fino Ingredientes 1 taza de masa de maíz nixtamalizado (puede ser masa fresca o harina de maíz tipo Maseca, sin cal) 4 tazas de agua natural (filtrada o de pozo) 1 raja de canela (preferentemente canela de Ceylán) 1/4 taza de piloncillo rallado (ajustar al gusto) 1 pizca de sal 1 taza de leche fresca de vaca o cabra (opcional, dependiendo del uso histórico o preferencia actual) 1/4 cucharadita de semillas de anís (opcional, molidas ligeramente en mortero) Procedimiento Preparar la base de masa En un tazón, disuelve la masa de maíz en 2 tazas de agua fría. Bate enérgicamente hasta obtener una mezcla homogénea y sin grumos. Si es necesario, cuélala para asegurar una textura fina. Cocción inicial En una olla de barro o cazuela de fondo grueso, vierte la mezcla anterior y agrega las 2 tazas restantes de agua, la canela, el piloncillo y la sal. Lleva a fuego medio, removiendo constantemente con cuchara de madera para evitar que la masa se asiente. Espesar con paciencia Una vez que la mezcla comience a hervir, reduce el fuego y continúa cocinando a fuego bajo durante 20 a 25 minutos, revolviendo sin parar. La consistencia debe ser similar a una crema ligera, con cuerpo pero fluida. Agregar la leche (opcional) Si se desea un sabor más suave y cremoso, incorpora la leche caliente en este momento y cocina 5 minutos más. Añade el anís si decides utilizarlo. Finalizar y servir Retira la canela y ajusta dulzor o textura si es necesario. Sirve caliente en jícaras de barro o tazas de cerámica, respetando el espíritu tradicional de compartir y contemplar. Tips de la Chef Yerika Masa auténtica: Si tienes acceso a masa fresca nixtamalizada (como la usada en tortillerías artesanales), el sabor será mucho más profundo que usando harina procesada. Piloncillo vs. azúcar: El piloncillo aporta notas de caramelo y madera que el azúcar no puede replicar. Rállalo antes para facilitar su disolución. Olla de barro: No es un capricho. El barro regula el calor y aporta una mineralidad sutil al atole. Si puedes usarla, hazlo. Textura perfecta: Si el atole queda demasiado espeso, añade un poco más de agua caliente. Si queda muy líquido, cocina unos minutos más sin tapar. Preparar este atole es más que cocinar una bebida caliente: es recrear un fragmento de historia. Es rendir homenaje a las mujeres indígenas que molían el maíz, a los frailes que compartían saberes, y a la tierra misma que alimentaba a todos. Cada sorbo es una conexión con los fogones de adobe, con la vida monástica y comunitaria, y con una cocina que no olvida. Este atole no solo reconforta. Enseña. Rinde tributo. Y nos recuerda que la gastronomía también es memoria.
- Misión San Miguel Arcángel: Historia, Cultura y Sabores de un México Ancestral en California
Una visita a la Misión San Miguel Arcángel es un viaje al pasado: herencia franciscana, presencia indígena y huellas gastronómicas que aún susurran desde sus muros de adobe. Ayer, durante mi visita a la Misión San Miguel Arcángel en Paso Robles, no solo caminé entre muros de adobe y corredores coloniales: sentí el eco de una historia profunda, a veces dolorosa, siempre compleja. Entre bancas de madera y frescos centenarios, recordé que la cocina también nace de la historia, de la tierra y de sus pueblos. Este post es un homenaje a ese cruce entre cultura, religión, territorio y alimento que define tantas partes de lo que somos. La historia de la Misión San Miguel Arcángel: un punto de encuentro entre mundos Fundada el 25 de julio de 1797 por el Padre Fermín Francisco de Lasuén , la Misión San Miguel Arcángel fue la 16.ª de las 21 misiones establecidas por los franciscanos en el territorio que hoy es California. Su objetivo era doble: expandir la fe católica y consolidar el dominio español en esta frontera del Nuevo Mundo. Fue nombrada en honor al arcángel Miguel , el guerrero espiritual, símbolo de lucha y protección. La ubicación elegida, cerca del río Salinas, fue estratégica por su fertilidad y por el contacto directo con los pueblos indígenas de la región, especialmente la tribu Salinan , a quienes los españoles llamaban Antoniaños . Esta tribu habitaba la zona mucho antes de la llegada de los europeos, y su cultura se entrelazó —no sin conflicto— con las prácticas traídas desde Europa. La vida cotidiana en la misión: usos, costumbres y alimentación En las misiones, la vida era estrictamente organizada. Los indígenas eran convertidos al cristianismo, adoctrinados y entrenados en oficios europeos. La jornada comenzaba al amanecer con misa, seguida de tareas agrícolas, ganaderas o artesanales, según el rol de cada uno. Las mujeres tejían, cocinaban o aprendían costura; los hombres trabajaban el campo o en la construcción. ¿Qué se comía en la misión? La dieta era una fusión entre lo europeo y lo indígena. Se sembraba trigo, cebada, frijol y maíz, y se criaban ganado vacuno, cerdos, ovejas y gallinas. Del lado indígena, se recolectaban semillas, bellotas, raíces y frutos nativos, como las bayas de manzanita. Los métodos de cocción tradicionales, como el uso de piedras calientes y hornos de tierra, se mezclaban con los nuevos utensilios de hierro y cerámica. Uno de los platillos base era una especie de atole espeso con frijoles , carne cocida a fuego lento y pan ácimo. También se preparaban caldos con vegetales, grasas animales y hierbas locales, muchas veces adaptadas a las enseñanzas de los misioneros. El aceite de oliva, el vino, la leche y el queso comenzaban a formar parte de la dieta diaria, aunque con restricciones. La fermentación , el secado al sol , y el ahumado eran esenciales para conservar los alimentos. Y aunque la dieta se empobreció en variedad para los indígenas convertidos, subsistían algunas técnicas propias, como el tostado de semillas o la molienda de granos silvestres. Arte, arquitectura y el eco de una memoria viva Uno de los mayores tesoros de la Misión San Miguel Arcángel es su iglesia original , aún en pie y con frescos originales pintados por artistas indígenas bajo supervisión franciscana. El interior del templo está decorado con motivos vegetales y geométricos, mezcla de arte sacro europeo y sensibilidad nativa. Caminar por el recinto es sentir las capas de la historia: la fe impuesta, la resistencia silenciada, el sincretismo inevitable. Hay dolor, pero también belleza. La misión fue secularizada en 1834, abandonada por décadas, y luego restaurada por la Iglesia en el siglo XX. Hoy, es Patrimonio Histórico Nacional y sigue activa como parroquia. GASTRONOMIA ANCESTRAL Cocinar también es un acto de memoria. En cada receta ancestral hay un paisaje, un ritmo de vida, una sabiduría silenciosa que todavía se escucha si uno sabe mirar y probar con respeto. Durante mi visita a la Misión San Miguel Arcángel, no pude evitar pensar en todo lo que ahí se sembraba, se recolectaba y se cocinaba. Más allá de los muros de adobe, la verdadera riqueza de esas misiones estaba en la mezcla —a veces forzada, a veces fluida— entre dos mundos que aprendieron a convivir a través del alimento. Las cocinas misionales fueron espacios de mestizaje temprano : el ganado traído por los frailes convivía con los frijoles nativos; el piloncillo español se fundía con la harina de bellota recolectada por los pueblos Salinan; la canela y el maíz compartían fuego con raíces silvestres y técnicas de cocción precolombinas. Hoy te comparto dos recetas inspiradas en esa fusión original: un guiso de carne y frijoles con hierbas silvestres, y un atole de bellota con canela y piloncillo. Son sencillas, sí, pero profundas. No buscan recrear una historia exacta, sino tocarla desde el presente con respeto . Cocinarlas es una forma de ponerle rostro al pasado, de invitarlo a nuestra mesa y de aprender de su sabor lento y consciente. 1. Guiso misional de carne y frijoles con hierbas silvestres Basado en técnicas de cocción lenta y el uso de ingredientes disponibles en la misión: carne de res, frijoles, ajo silvestre, salvia, y agua de manantial. En las misiones, el ganado vacuno era abundante, así como los frijoles criollos. Las hierbas silvestres (como salvia, manzanilla y yerba buena) eran utilizadas por los pueblos indígenas no solo por sus propiedades medicinales, sino también para dar sabor a los guisos, ante la escasez de especias europeas. Se cocinaba al fuego directo, en ollas de barro o hierro . Ingredientes (para 4 personas): 500 g de carne de res (falda o chambarete), cortada en trozos medianos 1 taza de frijoles cocidos (preferentemente flor de mayo o negro criollo) 1 litro de agua 1 cebolla blanca, en cuartos 2 dientes de ajo machacados 1 ramita de salvia fresca o seca 1 hoja de laurel Sal gruesa al gusto Grasa animal o manteca (opcional, para mayor sabor) Preparación paso a paso: Sellado tradicional: En una olla de fondo grueso o cazuela de barro, calienta una cucharadita de grasa o manteca (opcional). Sella la carne hasta que tome un color dorado. Este paso intensifica el sabor, aún sin especias. Cocción prolongada: Agrega el agua, cebolla, ajo, salvia y laurel. Cocina a fuego bajo durante al menos 2 horas, cubriendo parcialmente la olla. La carne debe quedar muy suave, casi deshaciéndose. Incorporación de frijoles: Añade los frijoles cocidos (pueden ser del día anterior). Cocina 20 minutos más para integrar sabores. Ajusta la sal. Servir con historia: Sirve caliente en cuencos de barro, con tortillas de maíz o pan de trigo rústico. Puedes espolvorear con un poco de cebollín silvestre o una hoja de salvia fresca. Tips de Chef Yerika: Si usas olla de barro, cuida el choque térmico. Calienta siempre con líquido adentro. La salvia no solo aporta sabor, también ayuda a conservar la carne ligeramente si no hay refrigeración. Este guiso mejora con el reposo: al día siguiente es aún más sabroso. 2. Atole de bellota con canela y piloncillo Receta inspirada en el uso ancestral de bellotas por las tribus Salinan, combinado con ingredientes introducidos por los misioneros como piloncillo y canela. Las tribus originarias del área recolectaban bellotas de encino, las molían y lavaban repetidamente para quitar su amargor (taninos). Esta harina se usaba en atoles, tortillas o como espesante. Los franciscanos introdujeron el piloncillo y la canela, que se integraron a algunas preparaciones festivas. Ingredientes (para 4 tazas): ½ taza de harina de bellota (lavada y seca, puedes hacerla o conseguirla en mercados indígenas o especializados) 3 tazas de agua 1 rama de canela 2 cucharadas de piloncillo rallado (ajustar al gusto) 1 pizca de sal 1 taza de leche vegetal o leche de vaca (opcional, para una textura más rica) Preparación paso a paso: Infusión de canela: En una olla mediana, hierve el agua con la rama de canela durante 10 minutos. Retira la canela y deja el agua infusionada. Agregar la harina de bellota: Disuelve poco a poco la harina de bellota en el agua caliente, mezclando constantemente con un batidor de globo para evitar grumos. Cocina a fuego medio-bajo. Endulzar y espesar: Añade el piloncillo y la pizca de sal. Continúa moviendo hasta que espese ligeramente (15–20 minutos). Si deseas, incorpora leche para una textura más cremosa. Servir: Sirve caliente, decorado con un poco de canela en polvo o flor comestible si quieres darle un toque moderno. Tips de Chef Yerika: La harina de bellota debe estar bien lavada. De lo contrario, quedará amarga. Puedes remojarla en agua varias veces hasta que el agua salga clara. Este atole es muy saciante y tiene un sabor profundo, a nuez y tierra. Perfecto para una cena ligera o un desayuno ceremonial. Puedes sustituir la bellota por avena fina, si deseas adaptar la receta a ingredientes más accesibles, pero perderás su esencia ancestral. Estas recetas no buscan recrear una cocina de museo, sino conectar con las raíces desde el presente . Cocinar con ingredientes que han sobrevivido al tiempo es, para mí, una forma de respetar la memoria de quienes cultivaron, recolectaron, resistieron y compartieron su saber a través del fuego.
- Trufas de Chocolate al Estilo Chef Yerika
Elegancia en un solo bocado: intensas, cremosas y con un toque latinoamericano Las trufas de chocolate son un símbolo de sofisticación y placer. Para mí, son el pequeño lujo que no necesita excusa. Esta versión está inspirada en mi amor por el cacao de origen latinoamericano, ese que crece entre sombra y montaña, con alma antigua y carácter profundo. Las trufas son sencillas en estructura, pero como todo lo simple, requieren precisión y cariño. Lo que te propongo aquí es una receta base que puedes adaptar a tu estilo, pero que conserva una esencia: la de respetar al chocolate como el ingrediente noble que es. Ingredientes (para 25–30 trufas pequeñas) Ganache base: 200 g de chocolate semiamargo de buena calidad (mínimo 60% cacao) 150 ml de crema para batir (nata líquida para montar) 25 g de mantequilla sin sal 1 cucharadita de extracto natural de vainilla Pizca de sal Coberturas sugeridas: Cacao en polvo sin azúcar (tradicional) Nibs de cacao tostado (para textura) Coco rallado tostado Azúcar glass con un toque de chile seco molido Pistaches finamente picados Granos de café molidos finos (para un toque amargo y aromático) Preparación paso a paso 1. Fundir el chocolate con técnica Trocea el chocolate finamente y colócalo en un bol resistente al calor. Mientras tanto, calienta la crema en una cacerola hasta que esté a punto de hervir. Vierte la crema caliente sobre el chocolate y deja reposar sin mover durante 1 minuto. Luego, mezcla suavemente con espátula desde el centro hacia afuera hasta obtener una mezcla brillante y homogénea. 2. Añadir el carácter Agrega la mantequilla, la vainilla y la pizca de sal. Mezcla hasta integrar completamente. La mantequilla aportará una textura más suave y sedosa a la trufa final. 3. Reposar con paciencia Cubre el bol con plástico film y deja reposar en refrigeración entre 2 y 4 horas, hasta que la mezcla esté firme pero moldeable. También puedes dejarlo toda la noche. 4. Formar las trufas Con ayuda de una cucharita o una cuchara para melón, toma porciones iguales y forma bolitas rápidamente con las manos (puedes usar guantes para evitar que el calor derrita el chocolate). Trabaja en un ambiente fresco. 5. Cubrir con personalidad Pasa las trufas por las coberturas que prefieras. Puedes dividirlas por lote y hacer una variedad. La clave está en que cada una cuente una historia sensorial distinta: amargor, dulzura, textura, perfume. Tips de Chef Yerika El chocolate importa: No uses chocolate de cobertura genérico. Un buen chocolate con origen (Perú, México, Ecuador) eleva el resultado. Agrega identidad: Puedes infusionar la crema con ralladura de naranja, chile ancho, hoja de aguacate o incluso café antes de mezclarla con el chocolate. Conservación: Guárdalas en un recipiente hermético en refrigeración por hasta una semana. Sácalas 5 minutos antes de servir. Maridaje: Van de maravilla con un espresso, un mezcal joven o un vino tinto con cuerpo. Estas trufas no solo son un postre, son una experiencia en miniatura. Un homenaje al cacao y a los pequeños placeres que nos conectan con lo esencial. Servidas en una mesa elegante o en un envoltorio casero con cariño, siempre dejan huella.